Jane Goodall, etóloga, primatóloga y activista británica, falleció antes de ayer, 1 de octubre de 2025, a los 91 años en California. Su partida marca el final de una vida dedicada a la ciencia, a la conservación y a la educación ambiental, dejando un legado imposible de ignorar.
Desde la década de 1960, Goodall inició su emblemática investigación en el parque Gombe, en Tanzania, observando a los chimpancés salvajes de forma minuciosa y paciente. Fue la primera en demostrar que estos animales usan herramientas, un hallazgo que derrumbó la idea de que eso era exclusivo del ser humano. Pero su contribución fue mucho más allá de los descubrimientos técnicos: Jane mostró que los chimpancés forman relaciones sociales complejas, cuidan de las crías ajenas, sienten afecto, rivalidad y dolor. Su mirada científica humanizó a estos animales, obligando a replantearnos nuestra relación con la naturaleza.
Consciente de que su trabajo podía inspirar cambios más allá del laboratorio, fundó en 1977 el Instituto Jane Goodall y creó el programa Roots & Shoots, para motivar a jóvenes de todo el mundo a implicarse en la conservación del medio ambiente y la protección de los animales. Su labor le llevó incluso a ser nombrada Mensajera de la Paz de la ONU, amplificando su voz en defensa del planeta y la biodiversidad.
A pesar de no haber seguido el camino académico convencional al inicio, su rigor científico le valió un doctorado en Etología por Cambridge en 1965, y su carrera estuvo salpicada de numerosos reconocimientos internacionales, incluido el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.
Con la muerte de Jane Goodall, el mundo pierde no solo a una científica brillante, sino a una inspiración incansable para generaciones enteras. Su mensaje sigue vivo: nuestra forma de cuidar del planeta importa, cada acción cuenta, y el respeto por los seres que comparten este mundo con nosotros es indispensable para un futuro sostenible.
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